Un sector del ecologismo considera que se puede seguir creciendo económicamente sustituyendo las fuentes energéticas fósiles por las renovables. En cambio, otro sector sostiene que seguir creciendo de manera continuada, aunque sea con renovables, es insostenible. Estas ideas divergentes no son nuevas. Se remontan a las últimas décadas del siglo XX, cuando el biólogo Barry Commoner se mostró favorable a un crecimiento económico basado en las energías renovables y el reciclaje de los metales y el matemático y economista Nicholas Georgescu-Roegen aportó argumentos que demostraban la inviabilidad de ese planteamiento, poniendo el acento en la escasez de materiales y en el hecho de que los metales utilizados en la producción económica están afectados, al igual que la energía, por el segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía.
Barry Commoner, en su obra The Closing Circle, publicada en 1971, señaló que los recursos minerales son limitados y que su utilización conduce inevitablemente a su reducción. Indicó que cuando los combustibles fósiles se emplean, “la energía solar atrapada por ellos hace millones de años se disipa irremediablemente”. También dijo que el reciclado de los metales podría resolver el problema de su escasez. No obstante, reconoció que “cualquier empleo de un recurso metálico entraña inevitablemente algún derramamiento de material, aunque sólo sea por efecto de la fricción”, lo cual implica que “la disponibilidad de este recurso tiende constantemente a decrecer”.[1] Pero en su obra Making peace with the planet, publicada en 1990, afirmó que el límite global al crecimiento “no viene determinado por la actual disponibilidad de recursos, sino por un límite distante de la disponibilidad de energía solar”. Reconocía que “existe un límite potencial del crecimiento económico debido a las cantidades finitas” de recursos minerales, pero consideraba que en la medida en que la materia no se destruye, los recursos materiales “pueden ser reciclados y reutilizados indefinidamente, siempre y cuando la energía necesaria para recogerlos y refinarlos esté disponible”. Por ello, “el límite último del crecimiento económico es impuesto por la tasa a la cual la energía solar renovable puede ser captada y utilizada”.[2] Como se puede comprobar, Commoner argumentaba que el problema no era el crecimiento económico en sí mismo sino el tipo de crecimiento que se estaba produciendo. Su opinión era que la producción económica podía seguir creciendo sin perjudicar al medioambiente si se basaba en la utilización de la energía solar y si se reciclaban los materiales.
El matemático y economista Nicholas Georgescu-Roegen, autor de la obra The Entropy Law and the Economic Process, publicada en 1971, partía de la consideración de que la producción económica no sólo necesita fuentes energéticas sino también los recursos minerales que existen en la corteza terrestre, que son limitados.[3] Teniendo en cuenta que la Tierra es un sistema abierto en energía porque recibe la del Sol y cerrado en materiales porque sólo es viable utilizar los que existen en la corteza terrestre, Georgescu-Roegen llegó a la siguiente conclusión: “[…] no es el stock finito de energía solar lo que pone un límite al tiempo durante el cual puede sobrevivir la especie humana. Por el contrario, es el exiguo stock de los recursos terrestres lo que constituye la escasez crucial.”[4] Es decir, consideraba que la principal escasez no sería la de la energía, porque se puede disponer de la solar, sino la de los materiales. Por lo tanto, la posición de Georgescu-Roegen, que consideraba que los limitados recursos materiales que había en la Tierra eran un obstáculo para el crecimiento económico, contrasta con la de Barry Commoner, que era favorable a un crecimiento económico basado en las energías renovables y el reciclaje de materiales.
Una de las contribuciones fundamentales de Georgescu-Roegen fue señalar las consecuencias para los procesos productivos que se derivan del segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía. El primer principio de la termodinámica o ley de conservación de la energía establece que la energía ni se crea ni se destruye, aunque puede transformarse en otra forma de energía. El segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía afirma que en ese proceso de transformación la energía se disipa y no puede volver a utilizarse. Georgescu-Roegen explicó cómo se produce este fenómeno en el caso del carbón: “La energía existe en dos estados cualitativos: energía disponible o libre […] y energía no disponible o ligada, que el ser humano no puede usar de ninguna manera. La energía química contenida en un pedazo de carbón es energía libre, puesto que el ser humano puede convertirla en calor o […] en trabajo mecánico.” “Cuando un pedazo de carbón se quema, su energía química ni disminuye ni aumenta. Pero la energía libre inicial se ha disipado tanto en forma de calor, humo y cenizas, que el ser humano ya no puede utilizarla. Se ha degradado al estado de energía no disponible o ligada.” Según Georgescu-Roegen, “la ley de la entropía es la raíz de la escasez económica”.[5]
Además, Georgescu-Roegen planteó que, cuando se utilizan en los procesos productivos, los metales están afectados, al igual que la energía, por el segundo principio de la termodinámica. Los materiales no se pueden reciclar un número ilimitado de veces porque, como señaló Georgescu-Roegen, también están afectados por la ley de la entropía: “Todo lo que nos rodea está continuamente oxidándose, resquebrajándose, erosionándose por el viento y el agua, etc.” “El hecho de que el reciclaje no pueda ser completo demuestra que la materia, al igual que la energía, se disipa continua e irrevocablemente. La materia no se pierde. En última instancia sólo se convierte en no disponible para nosotros.”[6] En consecuencia, el reciclaje de los materiales aleja su agotamiento, pero no lo resuelve.
Teniendo en cuenta lo que se ha explicado anteriormente, parece evidente que son insostenibles el crecimiento económico continuado y el modelo consumista que predomina en los países ricos, incluso aunque los procesos productivos se basaran en las energías renovables. Los recursos naturales limitados con los que cuenta el planeta y el agotamiento conjunto de los combustibles fósiles, del uranio y de los metales, que puede producirse durante el siglo XXI, requiere una drástica reducción del consumo de energía, materiales y productos.
Los partidarios del decrecimiento se oponen al crecimiento económico ilimitado característico del capitalismo, porque consume incesantemente recursos naturales limitados y causa graves daños al medio ambiente y a la salud de las personas. Serge Latouche ha precisado que “el decrecimiento se puede plantear solamente en una ‘sociedad de decrecimiento’, es decir, en el marco de un sistema basado en otra lógica” y “su objetivo es una sociedad en la que se viva mejor, trabajando y consumiendo menos”. Ha esbozado “los contornos de lo que puede ser una sociedad de no-crecimiento”, formulando “ocho objetivos interdependientes susceptibles de activar un círculo virtuoso de decrecimiento sereno, amable y sostenible: revaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar y reciclar.”[7] Los que propugnan el decrecimiento suelen resaltar que se deben cambiar los valores y los comportamientos, reduciendo el enorme consumo de recursos naturales y de productos no esenciales, y llevando un estilo de vida sobrio, frugal, austero. Latouche considera que la salida al crecimiento puede ser “una sociedad sin crecimiento, con menos bienes materiales, pero más relaciones”.[8]
Es obvio que se deben cubrir las necesidades básicas de las personas, pero también es evidente que se necesita un cambio en determinados estilos de vida, descartando los consumistas. Por otra parte, convendría extender socialmente un consumo crítico, responsable y justo. Desde el consumo crítico se debería cuestionar por qué se quieren adquirir determinados productos, para tratar de saber si son necesarios o si su adquisición es debida a la publicidad. Los consumidores críticos han de informarse sobre el contenido y la calidad de los productos, para procurar evitar la compra de aquellos con obsolescencia programada y poder optar por los que sean duraderos y de calidad. Un consumo responsable ha de disponer de informaciones veraces sobre los productos que se quieren consumir, para poder rechazar la compra de aquellos que hayan sido realizados en condiciones de esclavitud o extrema precariedad laboral y en entornos peligrosos y tóxicos, y que perjudiquen el medio ambiente o la salud de los consumidores. En fin, un consumo justo ha de suponer, como ha señalado Adela Cortina, “consumir de tal modo que tu norma sea universalizable sin poner en peligro el mantenimiento de la naturaleza”.[9] Se trata de configurar un concepto diferente de calidad de vida, no asociado al consumo sino a otros factores como amar y ser amado, mantener buenas relaciones con familiares y amigos, disfrutar de un medio ambiente sano, desarrollar un trabajo satisfactorio y disponer de suficiente tiempo libre.
The closing circle
https://www.etsy.com/es/listing/982741542/the-closing-circle-naturaleza-hombre-y
Barry Commoner, en su obra The Closing Circle, publicada en 1971, señaló que los recursos minerales son limitados y que su utilización conduce inevitablemente a su reducción. Indicó que cuando los combustibles fósiles se emplean, “la energía solar atrapada por ellos hace millones de años se disipa irremediablemente”. También dijo que el reciclado de los metales podría resolver el problema de su escasez. No obstante, reconoció que “cualquier empleo de un recurso metálico entraña inevitablemente algún derramamiento de material, aunque sólo sea por efecto de la fricción”, lo cual implica que “la disponibilidad de este recurso tiende constantemente a decrecer”.[1] Pero en su obra Making peace with the planet, publicada en 1990, afirmó que el límite global al crecimiento “no viene determinado por la actual disponibilidad de recursos, sino por un límite distante de la disponibilidad de energía solar”. Reconocía que “existe un límite potencial del crecimiento económico debido a las cantidades finitas” de recursos minerales, pero consideraba que en la medida en que la materia no se destruye, los recursos materiales “pueden ser reciclados y reutilizados indefinidamente, siempre y cuando la energía necesaria para recogerlos y refinarlos esté disponible”. Por ello, “el límite último del crecimiento económico es impuesto por la tasa a la cual la energía solar renovable puede ser captada y utilizada”.[2] Como se puede comprobar, Commoner argumentaba que el problema no era el crecimiento económico en sí mismo sino el tipo de crecimiento que se estaba produciendo. Su opinión era que la producción económica podía seguir creciendo sin perjudicar al medioambiente si se basaba en la utilización de la energía solar y si se reciclaban los materiales.
El matemático y economista Nicholas Georgescu-Roegen, autor de la obra The Entropy Law and the Economic Process, publicada en 1971, partía de la consideración de que la producción económica no sólo necesita fuentes energéticas sino también los recursos minerales que existen en la corteza terrestre, que son limitados.[3] Teniendo en cuenta que la Tierra es un sistema abierto en energía porque recibe la del Sol y cerrado en materiales porque sólo es viable utilizar los que existen en la corteza terrestre, Georgescu-Roegen llegó a la siguiente conclusión: “[…] no es el stock finito de energía solar lo que pone un límite al tiempo durante el cual puede sobrevivir la especie humana. Por el contrario, es el exiguo stock de los recursos terrestres lo que constituye la escasez crucial.”[4] Es decir, consideraba que la principal escasez no sería la de la energía, porque se puede disponer de la solar, sino la de los materiales. Por lo tanto, la posición de Georgescu-Roegen, que consideraba que los limitados recursos materiales que había en la Tierra eran un obstáculo para el crecimiento económico, contrasta con la de Barry Commoner, que era favorable a un crecimiento económico basado en las energías renovables y el reciclaje de materiales.
Una de las contribuciones fundamentales de Georgescu-Roegen fue señalar las consecuencias para los procesos productivos que se derivan del segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía. El primer principio de la termodinámica o ley de conservación de la energía establece que la energía ni se crea ni se destruye, aunque puede transformarse en otra forma de energía. El segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía afirma que en ese proceso de transformación la energía se disipa y no puede volver a utilizarse. Georgescu-Roegen explicó cómo se produce este fenómeno en el caso del carbón: “La energía existe en dos estados cualitativos: energía disponible o libre […] y energía no disponible o ligada, que el ser humano no puede usar de ninguna manera. La energía química contenida en un pedazo de carbón es energía libre, puesto que el ser humano puede convertirla en calor o […] en trabajo mecánico.” “Cuando un pedazo de carbón se quema, su energía química ni disminuye ni aumenta. Pero la energía libre inicial se ha disipado tanto en forma de calor, humo y cenizas, que el ser humano ya no puede utilizarla. Se ha degradado al estado de energía no disponible o ligada.” Según Georgescu-Roegen, “la ley de la entropía es la raíz de la escasez económica”.[5]
Además, Georgescu-Roegen planteó que, cuando se utilizan en los procesos productivos, los metales están afectados, al igual que la energía, por el segundo principio de la termodinámica. Los materiales no se pueden reciclar un número ilimitado de veces porque, como señaló Georgescu-Roegen, también están afectados por la ley de la entropía: “Todo lo que nos rodea está continuamente oxidándose, resquebrajándose, erosionándose por el viento y el agua, etc.” “El hecho de que el reciclaje no pueda ser completo demuestra que la materia, al igual que la energía, se disipa continua e irrevocablemente. La materia no se pierde. En última instancia sólo se convierte en no disponible para nosotros.”[6] En consecuencia, el reciclaje de los materiales aleja su agotamiento, pero no lo resuelve.
Teniendo en cuenta lo que se ha explicado anteriormente, parece evidente que son insostenibles el crecimiento económico continuado y el modelo consumista que predomina en los países ricos, incluso aunque los procesos productivos se basaran en las energías renovables. Los recursos naturales limitados con los que cuenta el planeta y el agotamiento conjunto de los combustibles fósiles, del uranio y de los metales, que puede producirse durante el siglo XXI, requiere una drástica reducción del consumo de energía, materiales y productos.
Los partidarios del decrecimiento se oponen al crecimiento económico ilimitado característico del capitalismo, porque consume incesantemente recursos naturales limitados y causa graves daños al medio ambiente y a la salud de las personas. Serge Latouche ha precisado que “el decrecimiento se puede plantear solamente en una ‘sociedad de decrecimiento’, es decir, en el marco de un sistema basado en otra lógica” y “su objetivo es una sociedad en la que se viva mejor, trabajando y consumiendo menos”. Ha esbozado “los contornos de lo que puede ser una sociedad de no-crecimiento”, formulando “ocho objetivos interdependientes susceptibles de activar un círculo virtuoso de decrecimiento sereno, amable y sostenible: revaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar y reciclar.”[7] Los que propugnan el decrecimiento suelen resaltar que se deben cambiar los valores y los comportamientos, reduciendo el enorme consumo de recursos naturales y de productos no esenciales, y llevando un estilo de vida sobrio, frugal, austero. Latouche considera que la salida al crecimiento puede ser “una sociedad sin crecimiento, con menos bienes materiales, pero más relaciones”.[8]
Es obvio que se deben cubrir las necesidades básicas de las personas, pero también es evidente que se necesita un cambio en determinados estilos de vida, descartando los consumistas. Por otra parte, convendría extender socialmente un consumo crítico, responsable y justo. Desde el consumo crítico se debería cuestionar por qué se quieren adquirir determinados productos, para tratar de saber si son necesarios o si su adquisición es debida a la publicidad. Los consumidores críticos han de informarse sobre el contenido y la calidad de los productos, para procurar evitar la compra de aquellos con obsolescencia programada y poder optar por los que sean duraderos y de calidad. Un consumo responsable ha de disponer de informaciones veraces sobre los productos que se quieren consumir, para poder rechazar la compra de aquellos que hayan sido realizados en condiciones de esclavitud o extrema precariedad laboral y en entornos peligrosos y tóxicos, y que perjudiquen el medio ambiente o la salud de los consumidores. En fin, un consumo justo ha de suponer, como ha señalado Adela Cortina, “consumir de tal modo que tu norma sea universalizable sin poner en peligro el mantenimiento de la naturaleza”.[9] Se trata de configurar un concepto diferente de calidad de vida, no asociado al consumo sino a otros factores como amar y ser amado, mantener buenas relaciones con familiares y amigos, disfrutar de un medio ambiente sano, desarrollar un trabajo satisfactorio y disponer de suficiente tiempo libre.
The closing circle
https://www.etsy.com/es/listing/982741542/the-closing-circle-naturaleza-hombre-y
[1] Barry Commoner, El círculo que se cierra, Esplugas de Llobregat (Barcelona), Plaza & Janés, 1973.
[2] Barry Commoner, En paz con el planeta, Barcelona, Crítica, 1992.
[3] Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos. Antología, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2021.
[4] Nicholas Georgescu-Roegen, La Ley de la Entropía y el proceso económico, Madrid, Fundación Argentaria/Visor, 1996.
[5] Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos. Antología, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2021.
[6] Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos. Antología, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2021.
[7] Serge Latouche, Pequeño tratado del decrecimiento sereno, Barcelona, Icaria, 2009.
[8] Serge Latouche, “Decrecimiento o barbarie. Entrevista a Serge Latouche” de Monica di Donato, Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 107, 2009.
[9] Adela Cortina, Por una ética del consumo. La ciudadanía del consumidor en un mundo global, Madrid, Taurus, 2002.