La COP29 que está realizándose en Bakú, Azerbaiyán, aborda, un año más, los temas habituales relacionados con el cambio climático. El primero, cómo mitigarlo, es decir, cómo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que lo provocan, y el segundo, cómo adaptarse a sus efectos, a sabiendas de que, aun cuando las políticas de mitigación sean exitosas, el cambio climático producirá impactos cada vez más graves y hay que adaptarse a ellos. En medio de estos dos grandes temas está un tercero, la financiación, algo imprescindible especialmente para las políticas de adaptación de los países del sur global, los más empobrecidos y que más sufren los impactos climáticos. La financiación es el tema principal de esta cumbre y tiene varios frentes que luego explicaré, pero en este artículo comenzaré por lo primero que he señalado: la mitigación.
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es el objetivo último que da razón de ser a los tratados por el clima y a las cumbres climáticas; es lo que puede evitar la devastación hacia la que nos dirigimos si el calentamiento global sigue el curso actual. El informe del 2024 sobre el estado del clima que publicó el pasado mes de octubre la revista científica BioScience decía que “estamos al borde de un desastre climático irreversible. Se trata de una emergencia global sin lugar a dudas. Gran parte del tejido mismo de la vida en la Tierra está en peligro. Estamos entrando en una nueva fase crítica e impredecible de la crisis climática”.
Lo que ha sucedido en el 2023 y en lo que llevamos de 2024 deja poco espacio para la duda. El verano boreal del 2023 fue el más cálido de los últimos 100.000 años, según BioScience. La Organización Meteorológica Mundial ha dicho que en el 2023 la temperatura media mundial estuvo en torno a 1,45ºC por encima de los niveles preindustriales. Recordemos que el Acuerdo de París estableció que los gobiernos actuarían para no superar un calentamiento global de entre 1,5 y 2ºC en este siglo.
El 2024 también ha estado sobrado de récords climáticos. Las olas de calor fueron extremas en el norte de África y el Sahel (en los meses de marzo y abril), en el Sudeste asiático (en abril y mayo), en México y Arabia Saudita (en mayo y junio) y en el Mediterráneo (en julio), con muchas muertes en todos esos sitios. Los incendios volvieron a batir récords en Chile y en Brasil. También lo hicieron los huracanes (o ciclones), tanto en el sur de Asia como en la costa atlántica americana. En Estados Unidos se vivieron en septiembre y octubre dos de los mayores huracanes: el Helene, que dejó 227 muertos, y el Milton, del que se dijo que tenía una magnitud sin precedentes. La conexión entre estos huracanes extremos y el cambio climático está ya establecida fuera de toda duda: la prestigiosa entidad World Weather Attribution presentó recientemente un análisis en el que se mostraba que ese tipo de huracanes son ahora 2,5 veces más probables que hace unas décadas.
Y qué decir de las lluvias torrenciales, después de que a finales de octubre se vivieran las más intensas de la historia en Valencia, que dejaron un rastro de más de dos centenares de muertos. La dana producida el 29 de octubre es un fenómeno que, según la mencionada entidad World Weather Attribution, tiene ahora el doble de probabilidad de que suceda. La llamada relación Clausius-Clapeyron, que relaciona la temperatura de la atmósfera con la humedad que puede contener, establece que con 1°C de calentamiento se produce un aumento del 7% en la intensidad de las precipitaciones, lo que nos indica que hay una estrecha relación entre el cambio climático y la extraordinaria intensidad de las lluvias producidas por la dana.
Pues bien, volviendo a la cumbre del clima, su principal objetivo es la reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero que calientan la atmósfera. Ello se establece con las llamadas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés), que cada país presenta. En el Acuerdo de París (2015) se decidió que se presentarían cada cinco años y ahora estamos iniciando la tercera ronda de presentaciones. La primera se dio después de la firma del Acuerdo de París; la segunda en torno al 2020, y la tercera debe concluirse en el 2025, por lo que la cumbre más importante no es la que está celebrándose ahora, sino la que se celebrará en Brasil el próximo año.
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) acaba de informar sobre las emisiones de gases de efecto invernadero que se corresponden con las contribuciones presentadas por los Gobiernos hasta ahora, y nos dice que, si los próximos compromisos no son radicalmente diferentes a los anteriores, el Acuerdo de París habrá quedado invalidado en pocos años. Dice que, en todos los sectores económicos, salvo en los usos del suelo, se sigue produciendo crecimiento de las emisiones. Destaca que el mayor crecimiento porcentual se está dando en la aviación (un 19,5 %). La disminución de emisiones por los usos del suelo se debe a la reducción de la deforestación lograda por los actuales Gobiernos de Brasil y de Colombia. Esa es la única nota más positiva de la evolución que tienen las cosas.
El PNUMA señala que las emisiones globales alcanzaron un nuevo récord de 57,1 gigatoneladas de CO2-equivalente (CO2e) en el 2023, un aumento del 1,3% con respecto a los niveles de 2022, y que, con las políticas actuales, en el 2030 se seguirán emitiendo 57 Gt de CO2e y en el 2050 serán 56 Gt. Solo si se cumpliesen las promesas de cero-neto hechas por los Gobiernos, las emisiones del 2050 se podrían haber reducido a 19 Gt. Y tampoco sería suficiente para mantenernos por debajo de los 2ºC de calentamiento global, pues para ello en el 2050 las emisiones deberían ser -1 Gt. El PNUMA afirma que las políticas actuales nos llevan a un calentamiento de 3,1 ºC en este siglo.
Sobre las emisiones del 2023, otro informe publicado en National Science Review señala que el CO2 presente en la atmósfera aumentó en 3,37 ppm, una cantidad mayor a la que correspondería por el incremento de las emisiones, lo que “implica un debilitamiento sin precedentes de los sumideros marinos y terrestres”. Esos sumideros venían absorbiendo la mitad de las emisiones humanas, pero el calentamiento está debilitándolos. El informe dice que el calentamiento récord del 2023 tuvo un fuerte impacto negativo en la capacidad de los ecosistemas terrestres para mitigar el cambio climático. Los bosques y el suelo casi no absorbieron carbono. Los modelos ya habían previsto que el calentamiento global hará disminuir la capacidad de absorción de los sistemas terrestre y marino, pero se contaba con que tal reducción se produciría lentamente durante los próximos 100 años, y lo que ahora se teme es que pueda ser mucho más rápida, lo que nos llevará a un calentamiento muy superior al anunciado.
En la COP29 no se esperan anuncios de cambios radicales en las políticas de los Gobiernos por lo que se refiere a reducción de emisiones y, sin embargo, solo con tales cambios podríamos afirmar que estamos afrontando la emergencia climática. En el 2020 los Gobiernos dijeron que en el 2030 habrían reducido sus emisiones a la mitad, pero estamos llegando al 2025 y seguimos aumentándolas (las disminuciones producidas en Europa no serían tales si contásemos lo que aquí consumimos producido en otras partes). Y es que solo con una reducción drástica en el consumo de combustibles fósiles podríamos comenzar a reducir las emisiones, pero eso es justamente lo que no se aborda en las cumbres del clima. La primera vez que se hizo mención a los combustibles fósiles en una COP fue en la celebrada el año pasado; hasta entonces, se habían celebrado 27 cumbres sin que apareciera ese asunto; y la mención que se hizo en la COP28 fue tan laxa (“hacer la transición desde los combustibles fósiles” fue todo los que se dijo en el documento final) que no tuvo trascendencia alguna. Se habla de aumentar las energías renovables, y se aumentan, pero no se reducen los combustibles fósiles, y así no disminuyen las emisiones.
El hecho es que la producción de combustibles fósiles sigue creciendo, como mostró el último informe de la Agencia Internacional de Energía. En él se dice que los nuevos proyectos para expandir la producción de combustibles fósiles no son compatibles con el límite de calentamiento acordado por los Gobiernos. La obligación de estos en la COP29 sería la de establecer medidas fuertes contra la producción y consumo de combustibles fósiles, con plazos concretos de reducción y sanciones por incumplimiento. Pero, lamentablemente, eso no sucederá.
El otro gran tema de la COP es el de la adaptación al cambio climático, y es el que está más ligado al tema de la financiación, que, como dije, es el principal asunto que se aborda en esta cumbre. Los primeros que tienen que desarrollar medidas de adaptación son los países empobrecidos, tropicales la mayoría de ellos, que son los que sufren los mayores impactos climáticos. Y para que puedan desarrollarlas necesitan financiación de los países ricos, que a su vez son los tienen una responsabilidad mayor en la crisis climática. De ahí que este tema venga abordándose en las cumbres del clima desde hace varios años.
El PNUMA calcula que las necesidades anuales de los países de bajos ingresos para la adaptación están entre 215.000 y 387.000 millones de dólares. Pero la financiación pública internacional para la adaptación en el 2022 (último año del que se tiene el dato) fue de unos 28.000 millones de dólares. Y, de esa cantidad, tres quintas partes fueron préstamos, no subvenciones. La directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Inger Andersen, calificó de injusticia el endeudamiento al que se ven obligados los países pobres por los impactos climáticos, cuando están ya muy endeudados y son los menos responsables del cambio climático.
En la COP29 se quiere sustituir el fondo del clima establecido en el Acuerdo de París, que emplazaba a los países ricos a aportar 100.000 millones de dólares al año, algo que nunca se logró (salvo que a las aportaciones sumemos los préstamos), por un Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado sobre financiación climática (NCQG, por sus siglas en inglés), que se dote de nuevos mecanismos de financiación. Las necesidades de los países de bajos ingresos, si se suman las de adaptación con las de mitigación, se calculan en 1,3 billones de dólares.
Tan importante como avanzar en financiación climática sería lograr que no se invierta en proyectos destructivos para la naturaleza. El PNUMA señaló en otro reciente informe que los flujos financieros negativos para la naturaleza que proceden de los sectores público y privado a escala mundial alcanzan la cifra de casi siete billones de dólares al año. Eso es, como mínimo, lo que nos gastamos en dañar la naturaleza. Pero este tampoco será un tema que se abordará en esta cumbre. Como no se abordó en la Cumbre de la Biodiversidad celebrada en octubre en Cali, Colombia, en la que las inversiones y subvenciones aportadas a actividades destructoras de la biodiversidad (agroindustria, pesca intensiva, extractivismo, aviación…) no entraron en el debate de los Gobiernos.
Además de establecer el NCQG sobre financiación climática, la Presidencia de la COP ha propuesto un nuevo Fondo de Acción para la Financiación del Clima, que deberá nutrirse con aportaciones de los productores de petróleo (países y empresas). E, igualmente, estará en el debate el Fondo de Pérdidas y Daños que se creó en las dos COP anteriores y que debe servir para compensar los daños que los países empobrecidos están sufriendo por el cambio climático. Muchos fondos, como se ve, que luego solo son útiles si se los dota adecuadamente por parte de los países ricos, algo que hasta ahora no ha sucedido. Si en esta cumbre se avanza algo en financiación, y los países ricos ponen sobre la mesa mayores aportaciones, eso será lo que podamos celebrar.
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es el objetivo último que da razón de ser a los tratados por el clima y a las cumbres climáticas; es lo que puede evitar la devastación hacia la que nos dirigimos si el calentamiento global sigue el curso actual. El informe del 2024 sobre el estado del clima que publicó el pasado mes de octubre la revista científica BioScience decía que “estamos al borde de un desastre climático irreversible. Se trata de una emergencia global sin lugar a dudas. Gran parte del tejido mismo de la vida en la Tierra está en peligro. Estamos entrando en una nueva fase crítica e impredecible de la crisis climática”.
Lo que ha sucedido en el 2023 y en lo que llevamos de 2024 deja poco espacio para la duda. El verano boreal del 2023 fue el más cálido de los últimos 100.000 años, según BioScience. La Organización Meteorológica Mundial ha dicho que en el 2023 la temperatura media mundial estuvo en torno a 1,45ºC por encima de los niveles preindustriales. Recordemos que el Acuerdo de París estableció que los gobiernos actuarían para no superar un calentamiento global de entre 1,5 y 2ºC en este siglo.
El 2024 también ha estado sobrado de récords climáticos. Las olas de calor fueron extremas en el norte de África y el Sahel (en los meses de marzo y abril), en el Sudeste asiático (en abril y mayo), en México y Arabia Saudita (en mayo y junio) y en el Mediterráneo (en julio), con muchas muertes en todos esos sitios. Los incendios volvieron a batir récords en Chile y en Brasil. También lo hicieron los huracanes (o ciclones), tanto en el sur de Asia como en la costa atlántica americana. En Estados Unidos se vivieron en septiembre y octubre dos de los mayores huracanes: el Helene, que dejó 227 muertos, y el Milton, del que se dijo que tenía una magnitud sin precedentes. La conexión entre estos huracanes extremos y el cambio climático está ya establecida fuera de toda duda: la prestigiosa entidad World Weather Attribution presentó recientemente un análisis en el que se mostraba que ese tipo de huracanes son ahora 2,5 veces más probables que hace unas décadas.
Y qué decir de las lluvias torrenciales, después de que a finales de octubre se vivieran las más intensas de la historia en Valencia, que dejaron un rastro de más de dos centenares de muertos. La dana producida el 29 de octubre es un fenómeno que, según la mencionada entidad World Weather Attribution, tiene ahora el doble de probabilidad de que suceda. La llamada relación Clausius-Clapeyron, que relaciona la temperatura de la atmósfera con la humedad que puede contener, establece que con 1°C de calentamiento se produce un aumento del 7% en la intensidad de las precipitaciones, lo que nos indica que hay una estrecha relación entre el cambio climático y la extraordinaria intensidad de las lluvias producidas por la dana.
Pues bien, volviendo a la cumbre del clima, su principal objetivo es la reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero que calientan la atmósfera. Ello se establece con las llamadas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés), que cada país presenta. En el Acuerdo de París (2015) se decidió que se presentarían cada cinco años y ahora estamos iniciando la tercera ronda de presentaciones. La primera se dio después de la firma del Acuerdo de París; la segunda en torno al 2020, y la tercera debe concluirse en el 2025, por lo que la cumbre más importante no es la que está celebrándose ahora, sino la que se celebrará en Brasil el próximo año.
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) acaba de informar sobre las emisiones de gases de efecto invernadero que se corresponden con las contribuciones presentadas por los Gobiernos hasta ahora, y nos dice que, si los próximos compromisos no son radicalmente diferentes a los anteriores, el Acuerdo de París habrá quedado invalidado en pocos años. Dice que, en todos los sectores económicos, salvo en los usos del suelo, se sigue produciendo crecimiento de las emisiones. Destaca que el mayor crecimiento porcentual se está dando en la aviación (un 19,5 %). La disminución de emisiones por los usos del suelo se debe a la reducción de la deforestación lograda por los actuales Gobiernos de Brasil y de Colombia. Esa es la única nota más positiva de la evolución que tienen las cosas.
El PNUMA señala que las emisiones globales alcanzaron un nuevo récord de 57,1 gigatoneladas de CO2-equivalente (CO2e) en el 2023, un aumento del 1,3% con respecto a los niveles de 2022, y que, con las políticas actuales, en el 2030 se seguirán emitiendo 57 Gt de CO2e y en el 2050 serán 56 Gt. Solo si se cumpliesen las promesas de cero-neto hechas por los Gobiernos, las emisiones del 2050 se podrían haber reducido a 19 Gt. Y tampoco sería suficiente para mantenernos por debajo de los 2ºC de calentamiento global, pues para ello en el 2050 las emisiones deberían ser -1 Gt. El PNUMA afirma que las políticas actuales nos llevan a un calentamiento de 3,1 ºC en este siglo.
Sobre las emisiones del 2023, otro informe publicado en National Science Review señala que el CO2 presente en la atmósfera aumentó en 3,37 ppm, una cantidad mayor a la que correspondería por el incremento de las emisiones, lo que “implica un debilitamiento sin precedentes de los sumideros marinos y terrestres”. Esos sumideros venían absorbiendo la mitad de las emisiones humanas, pero el calentamiento está debilitándolos. El informe dice que el calentamiento récord del 2023 tuvo un fuerte impacto negativo en la capacidad de los ecosistemas terrestres para mitigar el cambio climático. Los bosques y el suelo casi no absorbieron carbono. Los modelos ya habían previsto que el calentamiento global hará disminuir la capacidad de absorción de los sistemas terrestre y marino, pero se contaba con que tal reducción se produciría lentamente durante los próximos 100 años, y lo que ahora se teme es que pueda ser mucho más rápida, lo que nos llevará a un calentamiento muy superior al anunciado.
En la COP29 no se esperan anuncios de cambios radicales en las políticas de los Gobiernos por lo que se refiere a reducción de emisiones y, sin embargo, solo con tales cambios podríamos afirmar que estamos afrontando la emergencia climática. En el 2020 los Gobiernos dijeron que en el 2030 habrían reducido sus emisiones a la mitad, pero estamos llegando al 2025 y seguimos aumentándolas (las disminuciones producidas en Europa no serían tales si contásemos lo que aquí consumimos producido en otras partes). Y es que solo con una reducción drástica en el consumo de combustibles fósiles podríamos comenzar a reducir las emisiones, pero eso es justamente lo que no se aborda en las cumbres del clima. La primera vez que se hizo mención a los combustibles fósiles en una COP fue en la celebrada el año pasado; hasta entonces, se habían celebrado 27 cumbres sin que apareciera ese asunto; y la mención que se hizo en la COP28 fue tan laxa (“hacer la transición desde los combustibles fósiles” fue todo los que se dijo en el documento final) que no tuvo trascendencia alguna. Se habla de aumentar las energías renovables, y se aumentan, pero no se reducen los combustibles fósiles, y así no disminuyen las emisiones.
El hecho es que la producción de combustibles fósiles sigue creciendo, como mostró el último informe de la Agencia Internacional de Energía. En él se dice que los nuevos proyectos para expandir la producción de combustibles fósiles no son compatibles con el límite de calentamiento acordado por los Gobiernos. La obligación de estos en la COP29 sería la de establecer medidas fuertes contra la producción y consumo de combustibles fósiles, con plazos concretos de reducción y sanciones por incumplimiento. Pero, lamentablemente, eso no sucederá.
El otro gran tema de la COP es el de la adaptación al cambio climático, y es el que está más ligado al tema de la financiación, que, como dije, es el principal asunto que se aborda en esta cumbre. Los primeros que tienen que desarrollar medidas de adaptación son los países empobrecidos, tropicales la mayoría de ellos, que son los que sufren los mayores impactos climáticos. Y para que puedan desarrollarlas necesitan financiación de los países ricos, que a su vez son los tienen una responsabilidad mayor en la crisis climática. De ahí que este tema venga abordándose en las cumbres del clima desde hace varios años.
El PNUMA calcula que las necesidades anuales de los países de bajos ingresos para la adaptación están entre 215.000 y 387.000 millones de dólares. Pero la financiación pública internacional para la adaptación en el 2022 (último año del que se tiene el dato) fue de unos 28.000 millones de dólares. Y, de esa cantidad, tres quintas partes fueron préstamos, no subvenciones. La directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Inger Andersen, calificó de injusticia el endeudamiento al que se ven obligados los países pobres por los impactos climáticos, cuando están ya muy endeudados y son los menos responsables del cambio climático.
En la COP29 se quiere sustituir el fondo del clima establecido en el Acuerdo de París, que emplazaba a los países ricos a aportar 100.000 millones de dólares al año, algo que nunca se logró (salvo que a las aportaciones sumemos los préstamos), por un Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado sobre financiación climática (NCQG, por sus siglas en inglés), que se dote de nuevos mecanismos de financiación. Las necesidades de los países de bajos ingresos, si se suman las de adaptación con las de mitigación, se calculan en 1,3 billones de dólares.
Tan importante como avanzar en financiación climática sería lograr que no se invierta en proyectos destructivos para la naturaleza. El PNUMA señaló en otro reciente informe que los flujos financieros negativos para la naturaleza que proceden de los sectores público y privado a escala mundial alcanzan la cifra de casi siete billones de dólares al año. Eso es, como mínimo, lo que nos gastamos en dañar la naturaleza. Pero este tampoco será un tema que se abordará en esta cumbre. Como no se abordó en la Cumbre de la Biodiversidad celebrada en octubre en Cali, Colombia, en la que las inversiones y subvenciones aportadas a actividades destructoras de la biodiversidad (agroindustria, pesca intensiva, extractivismo, aviación…) no entraron en el debate de los Gobiernos.
Además de establecer el NCQG sobre financiación climática, la Presidencia de la COP ha propuesto un nuevo Fondo de Acción para la Financiación del Clima, que deberá nutrirse con aportaciones de los productores de petróleo (países y empresas). E, igualmente, estará en el debate el Fondo de Pérdidas y Daños que se creó en las dos COP anteriores y que debe servir para compensar los daños que los países empobrecidos están sufriendo por el cambio climático. Muchos fondos, como se ve, que luego solo son útiles si se los dota adecuadamente por parte de los países ricos, algo que hasta ahora no ha sucedido. Si en esta cumbre se avanza algo en financiación, y los países ricos ponen sobre la mesa mayores aportaciones, eso será lo que podamos celebrar.