Se ha hablado mucho de los hechos recientes en Gran Bretaña, de cómo el terrible asesinato de tres niñas pequeñas en la ciudad de Southport, cerca de Liverpool, la mañana de lunes 29 de agosto, fue instrumentalizado por la extrema derecha para provocar disturbios racistas.
Empezando al día siguiente, el martes 30 de agosto, con un violento asalto racista contra la mezquita de Southport, se produjeron auténticos pogromos en diferentes ciudades, tanto de Gran Bretaña como del norte de Irlanda.
Por un lado, está la extrema derecha como tal. En Gran Bretaña, ésta tiene menos expresión organizada e institucional que en otros países europeos, pero existe.
Hay el nuevo vehículo de Nigel Farage, “Reform UK”, que acaba de entrar en el parlamento británico con cinco diputados.
Luego está el fascista y vividor “Tommy Robinson”: sus anteriores intentos de crear un ejército ultra callejero —por ejemplo, con la “English Defence League— fueron derrotados, pero él no ha desaparecido.
Este “patriota” ahora está animando a sus violentos seguidores con mensajes enviados desde un hotel de lujo en Chipre.
Y por otro lado está el racismo institucional. Con el recientemente hundido Gobierno conservador, esto llegó a niveles trumpistas —teoría del gran remplazo incluida—, pero los elementos clave de ese racismo los comparte la dirección actual laborista.
Recordemos que el ahora Primer Ministro, Keir Starmer, criticó al inhumano “plan Ruanda” —deportar a las personas que pedían asilo a campos en ese país del este de África— porque no sería “efectivo” y prometió aplicar medidas “más eficaces” contra las personas migradas.
La islamofobia (un factor central en los pogromos) también es política del Estado. De todo esto, se ha hablado en estas páginas, incluyendo en un editorial muy consistente.
Donde hay menos consenso es respecto a si existe el riesgo de algo parecido en el Estado español. El artículo de ElDiario, “España no es Reino Unido, pero el discurso de odio es el mismo”, cita a varias personas que reconocen que en el Estado español también se encuentra un caldo de cultivo racista, pero en general se aseguran que aquí disturbios de este tipo serían imposibles.
Pero no convencen sus argumentos, basta con consultar la hemeroteca sobre El Ejido —por citar solo un ejemplo—. El peligro existe y debemos mirar cómo podemos hacerle frente.
En un artículo reciente publicado en Diario Red, Georgios Samaras correctamente señala la responsabilidad del racismo institucional por lo ocurrido, sin olvidar el papel nefasto de la dirección laborista. Pero su respuesta es que “El Gobierno debe aplicar urgentemente leyes antiterroristas”.
Samaras conoce tanto el caso griego como el británico; es increíble que a estas alturas piense que el Estado aportará la solución para parar a la extrema derecha. No me consta ningún caso donde haya ocurrido, y Samaras no menciona ninguno.
Y aquí es donde hay que decir una cosa que debería ser obvia, pero no lo es en la política en general y menos aún en la lucha contra el fascismo. Más que basarnos en afirmaciones sin fundamento y teorías inventadas, deberíamos estudiar las experiencias reales y lo que ha funcionado en la práctica.
En este sentido, los recientes acontecimientos en Gran Bretaña deben servirnos como banco de pruebas de las estrategias más efectivas frente al fascismo y el racismo.
Pero vemos que esto no se está haciendo.
El bloguero británico Richard Seymour comenta, con su estilo propio, muchos factores políticos y culturales de lo ocurrido.
Menciona, casi de paso, que los asaltos ultras anunciados en decenas de ciudades de todo el país, para la noche del 7 de agosto fueron respondidos por decenas de miles de antirracistas: “La mayoría de las concentraciones racistas no llegaron a materializarse y las que lo hicieron se vieron superadas en número por las convocatorias antirracistas”.
Pero Seymour no se detiene para explicar de dónde apareció esta magnífica respuesta, sino que pasa directamente a hablar de su tema favorito, los tertulianos.
Incluso cuando sí se habla de estrategias frente al fascismo, un argumento típico en la izquierda radical es que la respuesta debe ser la construcción de una alternativa anticapitalista, que la lucha contra la extrema derecha debe basarse en un programa político global. Yo llevo 40 años ya militando en la izquierda revolucionaria y evidentemente me parece importante. Pero creo que su argumento es erróneo.
Ante un feminicidio o una agresión tránsfoba, sería impensable que las izquierdas dijeran: “Este horror es producto del capitalismo: la solución pasa por construir nuestro partido y difundir su programa: esperen a que derrotemos al capitalismo, así acabaremos con estas opresiones”. Más bien, se emprenden acciones concretas frente a la violencia machista y tránsfoba, sin olvidar la lucha más global. Frente a los problemas de fascismo y racismo, hay que aplicar el mismo principio.
Aquí, hay que mirar los hechos y la experiencia. Muchísimas personas en Gran Bretaña —y no sólo allí— respondieron a los pogromos racistas con horror. Tuvieron razón al hacerlo. A pesar de todas las cosas horribles que ya ocurren en el mundo, las agresiones mostraron un posible futuro que no queremos.
Puesto de otra manera, el fascismo no es “más de lo mismo”. Tiene sus raíces en el sistema existente, sí, pero representa una amenaza específica más allá del funcionamiento “normal” del capitalismo neoliberal y la democracia (muy imperfecta) burguesa.
El hecho que tantas personas reconocieran esta verdad —ignorando las teorías que dicen que “aquí no pasa nada, sigan con lo suyo”— fue fundamental la respuesta masiva que hemos visto durante las últimas semanas de los y las antifascistas.
Solo así se entiende que salieran tantas personas ese día, hasta 10 mil personas en Walthamstowe, un barrio del noreste de Londres, miles más en otras ciudades grandes, e incluso centenares en algunas ciudades más pequeñas. Este tuit de una diputada laborista de izquierdas muestra una impresión de algunas de ellas.
Desde entonces, las protestas antirracistas han continuado y repetidamente han superado la presencia de la extrema derecha, que a veces ni se ha presentado. Los sindicatos han apoyado muy activamente las convocatorias de SUTR.
Todo esto no viene de la nada. Existe movimiento unitario contra el fascismo desde la época de la Anti Nazi League, establecida en 1977, que junto con su movimiento hermano Rock Against Racism acabó en pocos años con el National Front, partido neonazi que entonces era mucho más fuerte que su homólogo francés liderado por Jean Marine Le Pen.
Más tarde tomó la forma de Unite Against Fascism y actualmente Stand Up To Racism, ahora con el movimiento hermano Love Music Hate Racism (LHMR).
Estos movimientos han derrotado, uno tras otro, los intentos de establecer organizaciones fascistas en Gran Bretaña. La existencia de grupos locales de SUTR en muchas ciudades del país ha hecho posible esta respuesta masiva.
Hablamos de un movimiento que incluye a la izquierda revolucionaria (en las imágenes de las protestas, hemos visto como personas conocidas desde hace años juegan un papel clave), pero también a colectivos de personas migradas y musulmanas, representantes del partido laborista y del partido verde, mucha gente de los sindicatos, en resumen, se trata de un movimiento muy amplio y plural.
Por tanto, no responde en absoluto a los requisitos que plantea Mark Bray, en su libro Antifa: El manual antifascista. Aquí, fiel a la tradición “antifa”, insiste en que el “antifascismo” se limita a corrientes anticapitalistas que practican la acción directa. Pero esa estrategia de “Acción Antifascista” —aún bastante hegemónica dentro de la izquierda radical— fracasó; su sectarismo fue un factor a la hora de permitir a Hitler llegar al poder.
La reciente ola violenta ultra no fue frenada por un movimiento basado en un programa anticapitalista. Tampoco jugó un papel clave “la acción directa”. A veces, ésta puede ser necesaria, pero el éxito en Gran Bretaña se debió a la masividad de las protestas antirracistas protagonizadas por personas normales y corrientes.
No requirió la intervención de pequeños grupos de hombres expertos en artes marciales; de haberse producido tal intervención, habría sido una distracción o incluso un estorbo.
Vi también como un comentarista puso énfasis en el Black Bloc, pero aunque las protestas en algunas ciudades podían incluir a personas así, nada implica que fueran el factor clave, en comparación con las acciones de miles de personas.
Los hechos recientes en Gran Bretaña confirman la efectividad de la lucha unitaria para hacer frente al fascismo y el racismo. Y no solo funciona allí.
En Grecia, la derrota de la banda neonazi Amanecer Dorado (AD) se debió en gran parte a la actividad insistente de KEERFA, el movimiento unitario en ese país que abarca a gente muy diversa de las izquierdas, sindicalistas, muchas organizaciones de personas migradas, especialmente la comunidad pakistaní, además de organizaciones de mujeres, LGTBI+, etc.
KEERFA incluso llevó a cabo la acusación popular en el juicio contra los neonazis, y convocó la masiva concentración ante el tribunal el día de la sentencia; varios sindicatos se declararon en huelga para poder participar.
Sorprendentemente, en el artículo de Georgios Samaras habla de la caída de AD, pero sin nombrar al movimiento que los protagonizó, igual que Seymour.
En Catalunya, iniciamos Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) en 2010, y ahora abarca un espectro muy amplio de los movimientos y las izquierdas del país. Su objetivo clave al principio fue derrotar al partido fascista Plataforma per Catalunya, que en noviembre de 2010 casi entró en el Parlament, y en mayo de 2011 obtuvo 67 concejales en diferentes ciudades del país.
En ese momento, fue la presencia institucional de la extrema derecha más importante de todo el Estado español. En mayo de 2015, perdieron todos sus concejales en los territorios en que se llevó a cabo la campaña unitaria; sólo les quedaron 8 escaños.
En el mismo mes, también conseguimos cerrar el centro neonazi en el distrito de Sant Martí (Barcelona), tras una lucha vecinal de más de tres años, liderada por el grupo local de UCFR. Ahora, UCFR trabaja contra las extremas derechas, la islamofobia, el antigitanismo y la transfobia.
Frente a los hechos recientes, un error típico es el inverso, de actuar como si el fascismo ya arrasara con todo —Samaras nos da un ejemplo al decir: “El Reino Unido se encuentra al borde de un descenso catastrófico hacia el terrorismo que podría deshacer el tejido de la sociedad”—.
De hecho, ambas visiones comparten el hecho de predicar la pasividad: es demasiado temprano o demasiado tarde para hacer algo.
Empezando al día siguiente, el martes 30 de agosto, con un violento asalto racista contra la mezquita de Southport, se produjeron auténticos pogromos en diferentes ciudades, tanto de Gran Bretaña como del norte de Irlanda.
Pogromos instigados
Dentro de las izquierdas hay bastante consenso en que este estallido racista refleja al menos dos factores, más allá de los bulos racistas sobre la tragedia en si misma.Por un lado, está la extrema derecha como tal. En Gran Bretaña, ésta tiene menos expresión organizada e institucional que en otros países europeos, pero existe.
Hay el nuevo vehículo de Nigel Farage, “Reform UK”, que acaba de entrar en el parlamento británico con cinco diputados.
Luego está el fascista y vividor “Tommy Robinson”: sus anteriores intentos de crear un ejército ultra callejero —por ejemplo, con la “English Defence League— fueron derrotados, pero él no ha desaparecido.
Este “patriota” ahora está animando a sus violentos seguidores con mensajes enviados desde un hotel de lujo en Chipre.
Y por otro lado está el racismo institucional. Con el recientemente hundido Gobierno conservador, esto llegó a niveles trumpistas —teoría del gran remplazo incluida—, pero los elementos clave de ese racismo los comparte la dirección actual laborista.
Recordemos que el ahora Primer Ministro, Keir Starmer, criticó al inhumano “plan Ruanda” —deportar a las personas que pedían asilo a campos en ese país del este de África— porque no sería “efectivo” y prometió aplicar medidas “más eficaces” contra las personas migradas.
La islamofobia (un factor central en los pogromos) también es política del Estado. De todo esto, se ha hablado en estas páginas, incluyendo en un editorial muy consistente.
Donde hay menos consenso es respecto a si existe el riesgo de algo parecido en el Estado español. El artículo de ElDiario, “España no es Reino Unido, pero el discurso de odio es el mismo”, cita a varias personas que reconocen que en el Estado español también se encuentra un caldo de cultivo racista, pero en general se aseguran que aquí disturbios de este tipo serían imposibles.
Pero no convencen sus argumentos, basta con consultar la hemeroteca sobre El Ejido —por citar solo un ejemplo—. El peligro existe y debemos mirar cómo podemos hacerle frente.
Estrategias frente al fascismo
Sobre esto, hay menos consenso aún.En un artículo reciente publicado en Diario Red, Georgios Samaras correctamente señala la responsabilidad del racismo institucional por lo ocurrido, sin olvidar el papel nefasto de la dirección laborista. Pero su respuesta es que “El Gobierno debe aplicar urgentemente leyes antiterroristas”.
Samaras conoce tanto el caso griego como el británico; es increíble que a estas alturas piense que el Estado aportará la solución para parar a la extrema derecha. No me consta ningún caso donde haya ocurrido, y Samaras no menciona ninguno.
Y aquí es donde hay que decir una cosa que debería ser obvia, pero no lo es en la política en general y menos aún en la lucha contra el fascismo. Más que basarnos en afirmaciones sin fundamento y teorías inventadas, deberíamos estudiar las experiencias reales y lo que ha funcionado en la práctica.
En este sentido, los recientes acontecimientos en Gran Bretaña deben servirnos como banco de pruebas de las estrategias más efectivas frente al fascismo y el racismo.
Pero vemos que esto no se está haciendo.
El bloguero británico Richard Seymour comenta, con su estilo propio, muchos factores políticos y culturales de lo ocurrido.
Menciona, casi de paso, que los asaltos ultras anunciados en decenas de ciudades de todo el país, para la noche del 7 de agosto fueron respondidos por decenas de miles de antirracistas: “La mayoría de las concentraciones racistas no llegaron a materializarse y las que lo hicieron se vieron superadas en número por las convocatorias antirracistas”.
Pero Seymour no se detiene para explicar de dónde apareció esta magnífica respuesta, sino que pasa directamente a hablar de su tema favorito, los tertulianos.
Incluso cuando sí se habla de estrategias frente al fascismo, un argumento típico en la izquierda radical es que la respuesta debe ser la construcción de una alternativa anticapitalista, que la lucha contra la extrema derecha debe basarse en un programa político global. Yo llevo 40 años ya militando en la izquierda revolucionaria y evidentemente me parece importante. Pero creo que su argumento es erróneo.
Ante un feminicidio o una agresión tránsfoba, sería impensable que las izquierdas dijeran: “Este horror es producto del capitalismo: la solución pasa por construir nuestro partido y difundir su programa: esperen a que derrotemos al capitalismo, así acabaremos con estas opresiones”. Más bien, se emprenden acciones concretas frente a la violencia machista y tránsfoba, sin olvidar la lucha más global. Frente a los problemas de fascismo y racismo, hay que aplicar el mismo principio.
Aquí, hay que mirar los hechos y la experiencia. Muchísimas personas en Gran Bretaña —y no sólo allí— respondieron a los pogromos racistas con horror. Tuvieron razón al hacerlo. A pesar de todas las cosas horribles que ya ocurren en el mundo, las agresiones mostraron un posible futuro que no queremos.
Puesto de otra manera, el fascismo no es “más de lo mismo”. Tiene sus raíces en el sistema existente, sí, pero representa una amenaza específica más allá del funcionamiento “normal” del capitalismo neoliberal y la democracia (muy imperfecta) burguesa.
El hecho que tantas personas reconocieran esta verdad —ignorando las teorías que dicen que “aquí no pasa nada, sigan con lo suyo”— fue fundamental la respuesta masiva que hemos visto durante las últimas semanas de los y las antifascistas.
Organización unitaria
No bastaba con el horror generalizado. A menudo se producen horrores, y mucha gente en casa dice “¿esto es terrible, porque nadie hace nada?”. Esta vez no fue así, porque a partir del lunes 5 de agosto, cuando se empezó a difundir la lista de agresiones propuestas para el miércoles 7 —asaltos a bufetes legales y otros locales donde se ayudaba a personas migradas o que buscan asilo— el movimiento unitario Stand Up To Racism (SUTR) empezó a difundir la lista de protestas antirracistas.Solo así se entiende que salieran tantas personas ese día, hasta 10 mil personas en Walthamstowe, un barrio del noreste de Londres, miles más en otras ciudades grandes, e incluso centenares en algunas ciudades más pequeñas. Este tuit de una diputada laborista de izquierdas muestra una impresión de algunas de ellas.
Desde entonces, las protestas antirracistas han continuado y repetidamente han superado la presencia de la extrema derecha, que a veces ni se ha presentado. Los sindicatos han apoyado muy activamente las convocatorias de SUTR.
Todo esto no viene de la nada. Existe movimiento unitario contra el fascismo desde la época de la Anti Nazi League, establecida en 1977, que junto con su movimiento hermano Rock Against Racism acabó en pocos años con el National Front, partido neonazi que entonces era mucho más fuerte que su homólogo francés liderado por Jean Marine Le Pen.
Más tarde tomó la forma de Unite Against Fascism y actualmente Stand Up To Racism, ahora con el movimiento hermano Love Music Hate Racism (LHMR).
Estos movimientos han derrotado, uno tras otro, los intentos de establecer organizaciones fascistas en Gran Bretaña. La existencia de grupos locales de SUTR en muchas ciudades del país ha hecho posible esta respuesta masiva.
Hablamos de un movimiento que incluye a la izquierda revolucionaria (en las imágenes de las protestas, hemos visto como personas conocidas desde hace años juegan un papel clave), pero también a colectivos de personas migradas y musulmanas, representantes del partido laborista y del partido verde, mucha gente de los sindicatos, en resumen, se trata de un movimiento muy amplio y plural.
Por tanto, no responde en absoluto a los requisitos que plantea Mark Bray, en su libro Antifa: El manual antifascista. Aquí, fiel a la tradición “antifa”, insiste en que el “antifascismo” se limita a corrientes anticapitalistas que practican la acción directa. Pero esa estrategia de “Acción Antifascista” —aún bastante hegemónica dentro de la izquierda radical— fracasó; su sectarismo fue un factor a la hora de permitir a Hitler llegar al poder.
La reciente ola violenta ultra no fue frenada por un movimiento basado en un programa anticapitalista. Tampoco jugó un papel clave “la acción directa”. A veces, ésta puede ser necesaria, pero el éxito en Gran Bretaña se debió a la masividad de las protestas antirracistas protagonizadas por personas normales y corrientes.
No requirió la intervención de pequeños grupos de hombres expertos en artes marciales; de haberse producido tal intervención, habría sido una distracción o incluso un estorbo.
Vi también como un comentarista puso énfasis en el Black Bloc, pero aunque las protestas en algunas ciudades podían incluir a personas así, nada implica que fueran el factor clave, en comparación con las acciones de miles de personas.
Los hechos recientes en Gran Bretaña confirman la efectividad de la lucha unitaria para hacer frente al fascismo y el racismo. Y no solo funciona allí.
En Grecia, la derrota de la banda neonazi Amanecer Dorado (AD) se debió en gran parte a la actividad insistente de KEERFA, el movimiento unitario en ese país que abarca a gente muy diversa de las izquierdas, sindicalistas, muchas organizaciones de personas migradas, especialmente la comunidad pakistaní, además de organizaciones de mujeres, LGTBI+, etc.
KEERFA incluso llevó a cabo la acusación popular en el juicio contra los neonazis, y convocó la masiva concentración ante el tribunal el día de la sentencia; varios sindicatos se declararon en huelga para poder participar.
Sorprendentemente, en el artículo de Georgios Samaras habla de la caída de AD, pero sin nombrar al movimiento que los protagonizó, igual que Seymour.
En Catalunya, iniciamos Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) en 2010, y ahora abarca un espectro muy amplio de los movimientos y las izquierdas del país. Su objetivo clave al principio fue derrotar al partido fascista Plataforma per Catalunya, que en noviembre de 2010 casi entró en el Parlament, y en mayo de 2011 obtuvo 67 concejales en diferentes ciudades del país.
En ese momento, fue la presencia institucional de la extrema derecha más importante de todo el Estado español. En mayo de 2015, perdieron todos sus concejales en los territorios en que se llevó a cabo la campaña unitaria; sólo les quedaron 8 escaños.
En el mismo mes, también conseguimos cerrar el centro neonazi en el distrito de Sant Martí (Barcelona), tras una lucha vecinal de más de tres años, liderada por el grupo local de UCFR. Ahora, UCFR trabaja contra las extremas derechas, la islamofobia, el antigitanismo y la transfobia.
¿Qué debemos hacer?
Frente a la amenaza del fascismo hay dos reacciones típicas. Una es insistir en que no existe tal problema, que la prioridad debe ser otra cosa, que no hay que exagerar y eso es lo que mucha gente recibió en 2010 tras la propuesta de crear UCFR.Frente a los hechos recientes, un error típico es el inverso, de actuar como si el fascismo ya arrasara con todo —Samaras nos da un ejemplo al decir: “El Reino Unido se encuentra al borde de un descenso catastrófico hacia el terrorismo que podría deshacer el tejido de la sociedad”—.
De hecho, ambas visiones comparten el hecho de predicar la pasividad: es demasiado temprano o demasiado tarde para hacer algo.
El fascismo —y la extrema derecha más en general— es una amenaza real. Pero no está a punto de imponer su régimen fascista; tenemos la capacidad para pararlos, y tenemos el tiempo, pero no todo el tiempo del mundo.
Con una primera ministra fascista en Italia, con Trump muy posiblemente volviendo a la Casa Blanca, y ahora con los pogromos racistas en Gran Bretaña, ya deben haber sonado muchas alarmas.
Ya es hora de apartar las teorías que no funcionan, y hacer caso a los hechos, las experiencias reales. Es hora de extender el modelo de lucha unitaria, por todo el Estado español.
La frágil red estatal de movimientos unitarios contra el fascismo y el racismo —en este momento, el único movimiento consolidado es UCFR en Catalunya— ha empezado a mover la llamada “Con la unidad somos más, podemos parar a la extrema derecha”.
Tras citar el ejemplo de UCFR Catalunya, añade:
“Pero en gran parte del Estado español, no existe nada parecido. Ya no podemos retrasar más la creación en cada territorio de un movimiento unitario contra el fascismo y el racismo.
Hay que unir a organizaciones vecinales, sindicales, organizaciones de personas migradas, asociaciones musulmanas, entidades roma/gitanas, movimientos de mujeres, grupos LGTBI+, grupos ecologistas, movimientos juveniles, partidos políticos, así como a personas a título individual, en un esfuerzo común para cerrar el paso a la extrema derecha y al odio que fomentan.”
Esperemos que, a la vista de la grave situación actual, suficientes personas y organizaciones en diferentes territorios del Estado español lo tomen en serio, y se pongan manos a la obra.
Con una primera ministra fascista en Italia, con Trump muy posiblemente volviendo a la Casa Blanca, y ahora con los pogromos racistas en Gran Bretaña, ya deben haber sonado muchas alarmas.
Ya es hora de apartar las teorías que no funcionan, y hacer caso a los hechos, las experiencias reales. Es hora de extender el modelo de lucha unitaria, por todo el Estado español.
La frágil red estatal de movimientos unitarios contra el fascismo y el racismo —en este momento, el único movimiento consolidado es UCFR en Catalunya— ha empezado a mover la llamada “Con la unidad somos más, podemos parar a la extrema derecha”.
Tras citar el ejemplo de UCFR Catalunya, añade:
“Pero en gran parte del Estado español, no existe nada parecido. Ya no podemos retrasar más la creación en cada territorio de un movimiento unitario contra el fascismo y el racismo.
Hay que unir a organizaciones vecinales, sindicales, organizaciones de personas migradas, asociaciones musulmanas, entidades roma/gitanas, movimientos de mujeres, grupos LGTBI+, grupos ecologistas, movimientos juveniles, partidos políticos, así como a personas a título individual, en un esfuerzo común para cerrar el paso a la extrema derecha y al odio que fomentan.”
Esperemos que, a la vista de la grave situación actual, suficientes personas y organizaciones en diferentes territorios del Estado español lo tomen en serio, y se pongan manos a la obra.