Todas las cifras oficiales indican que la discriminación racial es una lacra persistente en Estados Unidos. La población negra tiene una esperanza de vida menor que la población blanca no hispana: la brecha es de unos tres años en el caso de las mujeres y de unos cinco años en el caso de los hombres. Según la Oficina del Censo de Estados Unidos, en el 2018 la tasa de pobreza entre las personas negras era del 26,2% mientras que entre las blancas no hispanas era del 12,4%. Los datos proporcionados en los últimos años por la Oficina de Estadísticas Laborales del Departamento de Trabajo de Estados Unidos establecen que la tasa de desempleo entre los negros es el doble que entre los blancos no hispanos.
La proporción de ciudadanía negra encarcelada excede ampliamente su peso demográfico. Según el Informe Mundial 2020 de la organización no gubernamental Human Rights Watch, las cifras proporcionadas por la Oficina de Estadísticas del Departamento de Justicia de Estados Unidos indican que en el 2017 la tasa de encarcelamiento entre las mujeres negras representó casi el doble que entre las mujeres blancas y entre los hombres negros fue casi seis veces superior que la de los hombres blancos. El encarcelamiento masivo de la población negra se ha ido incrementando a partir de las campañas gubernamentales contra las drogas y la delincuencia iniciadas en 1982 durante la presidencia de Ronald Reagan. Pero como señala Michelle Alexander, el tanto por ciento más elevado de población negra reclusa “no se puede explicar en función de las tasas de delincuencia relacionada con la droga” porque los estudios que se han realizado demuestran que el tanto por ciento de blancos, de negros y de latinos que consumen y venden drogas es muy similar (por ejemplo, en el 2000, consumían drogas ilegales el 6,4% de los blancos, el 6,4% de los negros y el 5,3% de los latinos)(3). En todo caso, es una evidencia que algunas de las causas principales que explican el consumo de drogas y la delincuencia son la pobreza y el desempleo, fenómenos que no se pueden solucionar con el encarcelamiento.
En los últimos años, personas negras desarmadas han sido abatidas por policías blancos, bien sea por disparos o por las lesiones causadas durante brutales detenciones, como Trayvon Martin en Sanford, Florida (febrero de 2012), Eric Garner en Staten Island, ciudad de Nueva York (julio de 2014), Michael Brown en Ferguson, Misuri (agosto de 2014), Walter Scott en North Charleston, Carolina del Sur (abril de 2015), Freddie Gray en Baltimore, Maryland (abril de 2015) y George Floyd en Minneapolis, Minnesota (mayo de 2020). A principios de marzo de 2015, el Departamento de Justicia del Gobierno federal de Estados Unidos presentó las conclusiones del informe que había elaborado durante los meses posteriores a la muerte de Michael Brown, en el que se denunciaba la existencia de un patrón de discriminación racial en las prácticas de la policía, de los jueces y del departamento penitenciario de Ferguson, lo cual vulnera las leyes de Estados Unidos. Las conclusiones de este informe podrían aplicarse a todos los casos mencionados anteriormente.
Tras estos asesinatos y los posteriores veredictos judiciales de absolución de los cargos que se habían imputado inicialmente a los agentes policiales, se desencadenaron acciones de protesta en diferentes ciudades de Estados Unidos, durante las cuales se crearon organizaciones y movimientos como el Black Lives Matter (Las vidas negras importan). Las movilizaciones contra el abuso policial, la impunidad y la discriminación racial han sido duramente reprimidas por la policía, causando algunos muertos y muchos heridos. Se puede afirmar, pues, que el racismo institucional existente en Estados Unidos, destacadamente la reiterada violencia policial y el encarcelamiento en masa de la población negra decidido por los tribunales de justicia, ha agudizado la crisis social y política y la desconfianza de la población negra en las instituciones policiales y judiciales.
Para posicionarse correctamente ante las movilizaciones contra el abuso policial y la discriminación racial que se están desarrollando, puede ser de mucha ayuda conocer el planteamiento que hizo en su día Martin Luther King sobre las revueltas violentas que se sucedieron en los ghettos de las ciudades de Estados Unidos durante la década de 1960 (en julio de 1964 en Nueva York, en agosto de 1965 en Watts -Los Ángeles-, en julio de 1967 en Newark -New Jersey-…), en los barrios donde había una gran pobreza, altos índices de desocupación, enfermedades y criminalidad, y donde fue creciendo el malestar social y la frustración por los excesos violentos de los policías blancos. Como ferviente defensor de la filosofía de la no-violencia, rechazaba el uso de la violencia como forma de acción y en la estrategia de lucha, pero consideraba que esas revueltas eran fruto de la frustración y la amargura de los negros ante las promesas incumplidas y la violencia de los racistas blancos, y reconocía que “donde la violencia hacia el negro goza de impunidad y constituye una forma de vida, la no-violencia tenía que ser puesta, necesaria y seriamente, en tela de juicio”(4). Análisis como este son necesarios para construir una estrategia no-violenta de transformación de la realidad racista y discriminatoria existente.
Aunque no se pueden justificar los saqueos, los incendios y la destrucción de inmuebles, hay que tener en cuenta que estos hechos se han producido en un marco de ira e indignación por las acciones brutales de la policía y que la mayoría de los manifestantes han protagonizado acciones no violentas. Ante esas situaciones, la criminalización del movimiento de protesta, la represión, el despliegue en las calles de fuerzas militares de la Guardia Nacional y las amenazas violentas como las realizadas recientemente por el presidente Donald Trump, anunciando que la policía disparará a los manifestantes agresivos, conducirán inevitablemente a un agravamiento de los problemas, a un deterioro de la democracia y a un aplazamiento, una vez más, de las soluciones de fondo, que son fundamentalmente de carácter social, económico y político y no de orden público, entre ellas la eliminación del racismo institucional, la erradicación de la pobreza y la creación de puestos de trabajo dignos para toda la población.
(1) Agradezco a la historiadora Mercè Renom la lectura y los comentarios a la primera versión de este artículo.
(2) Keeanga-Yamahtta Taylor, Un destello de libertad. De #Blacklivesmatter a la liberación negra, Madrid, Traficantes de Sueños, 2017, p. 16.
(3) Michelle Alexander (2014), El color de la justicia. La nueva segregación racial en Estados Unidos, Madrid, Capitán Swing, 2014, p.25-26.
(4) Martin Luther King, Adonde vamos: ¿caos o comunidad?, Barcelona, Aymá, 1968, p. 32.